Para evitar riesgos, lo primero que debemos hacer ante una herida es evitar infecciones. Las bacterias y otros gérmenes esperan a que una herida abra una puerta de entrada para infiltrarse en el cuerpo humano. La única solución para prevenir este tipo de agresiones externas son los desinfectantes, un remedio de la química médica que elimina estos huéspedes indeseados. El uso de desinfectantes tiene dos objetivos: por una parte, prevenir las infecciones; por otra, reducir el riesgo de contagio de eventuales patologías (VHB, VHC, VIH, patologías bacterianas, micosis, etc.) para los trabajadores sanitarios.
El desinfectante perfecto debe reunir numerosos requisitos para ser realmente eficiente: amplio radio de acción contra las distintas formas microbianas y virales, rapidez de efecto, tolerabilidad y compatibilidad con los tejidos en los que se aplica. El desinfectante ideal, además, no debería jamás interferir con la lesión.
El desinfectante realiza una especie de actividad bactericida en la herida: se trata de una limpieza que protege la herida de cualquier intento de colonización por parte de las bacterias. La actividad bactericida del desinfectante está asociada a una acción de oxidación. De hecho, la solución, en contacto con las bacterias, libera radicales libres que tienden a eliminar la fuente de infección oxidándola.
Incluso hoy, la mayoría de los desinfectantes deriva del primer antiséptico moderno: la solución Dakin-Carrel, inventada a finales del siglo XIX y basada en el hipoclorito de sodio. Aunque es cierto que los preparados de hoy tienen una toxicidad menor que la fórmula original, conviene recordar que la solución Dakin-Carrel fue el principal antiséptico utilizado durante la Primera Guerra Mundial. Pero, ¿qué era exactamente? Se trataba de una variante del principio activo de la lejía común, con menores contraindicaciones.
El hipoclorito de sodio, descubierto hace más de 100 años, es todavía hoy una de las soluciones de referencia, aunque no con la composición de finales del siglo XIX para los desinfectantes. En el mercado se comercializa en concentraciones que varían entre el 1,5 y el 15 por ciento. Para uso doméstico, normalmente no se supera una concentración del 5 por ciento de cloro activo.
El agua oxigenada es otro cantar. Descubierta a principios del siglo XIX con el nombre científico de peróxido de hidrógeno, es un compuesto químico líquido de aspecto similar al del agua en el que se puede diluir. Al igual que el hipoclorito de sodio, también el agua oxigenada desinfecta por oxidación, pero es menos eficiente y tiene una acción bactericida menor que el hipoclorito.