La fiebre es un síntoma, una señal de alarma que se activa cuando toxinas, virus y bacterias entran en nuestro cuerpo. El aumento de la temperatura corporal, que corresponde al fenómeno de la fiebre, es una respuesta natural cuyas causas deben buscarse en nuestro sistema inmunitario. En otras palabras, la fiebre es una reacción de protección física del organismo a los intentos de agresión externa, un aumento de temperatura contra los huéspedes no deseados.
La temperatura normal del organismo oscila entre los 36 y los 37,5 grados y es el resultado de la diferencia entre el calor generado por el organismo y el que se desprende con las actividades diarias, como ir al trabajo andando o lavar los platos. El calor es producido por los tejidos del cuerpo, como los músculos, y es transferido a la piel mediante un vehículo líquido: la sangre. Cuando virus y bacterias atacan nuestro organismo, el sistema inmunitario -compuesto por una red de sensores químicos y celulares que defienden nuestro organismo- envía una señal de alarma al hipotálamo, la glándula del cerebro que regula la temperatura corporal.
El hipotálamo es una especie de termostato orgánico que eleva la temperatura y provoca la fiebre cuando el sistema inmunitario detecta la presencia de virus, bacterias y toxinas (los causantes). El hipotálamo se activa al recibir la señal. La primera acción de defensa de la fiebre es destruir a los causantes de la infección creando un ambiente hostil para la reproducción de estos gérmenes que amenazan con infectar el organismo. El segundo es avisar de su presencia mediante una manifestación externa.
La fiebre, no obstante, tiene un umbral de seguridad fijado por el hipotálamo: 41 grados. Cuando la infección, una de las causas de la fiebre, empieza a curarse, la temperatura establecida por este "termostato orgánico" desciende gracias a la vasodilatación cutánea y a la sudoración que permiten dispersar una mayor cantidad de calor y reducir la temperatura.
Una de las causas más comunes de la fiebre es la gripe, una infección de las vías respiratorias provocada por un virus característico de la estación fría. El virus de la gripe, uno de los principales causantes de la fiebre, no es siempre el mismo, sino que muta cada año, de ahí que el sistema inmunitario no siempre sea capaz de reconocerlo y de movilizar las defensas necesarias.
Cuando la evolución natural de la fiebre se interrumpe y la temperatura no desciende, podemos estar ante una infección que esconda enfermedades más graves como tifus o neumonía. Una fiebre prolongada o que supere el umbral de seguridad puede ser síntoma de causas o enfermedades más serias como la malaria o tumores (aunque en este último caso suelen aparecer otros indicios más importantes). En cambio, otras infecciones que se presentan cada año, como la fiebre mediterránea familiar, tienen causas genéticas y carácter hereditario.