La inyección es inminente y cada jeringa es un mundo aparte. Antes que nada, se debe considerar la cantidad de fármaco a inyectar, la complexión del paciente y, si es para un niño, la aguja idónea.
¡A cada fármaco su jeringa! Para administrar insulina, por ejemplo, se utiliza la jeringa de inyección subcutánea. Algunas ya vienen precargadas con la dosis de insulina recomendada. ¿Y para administrar antibióticos? En este caso se recurre a la jeringa de inyección intramuscular con una dosis de 5 ml.
¿Y si la jeringa debe cargarse con un fármaco fotosensible que se altera si entra en contacto con los rayos solares?
Existen algunas jeringas, como la de color ámbar, que no permite el paso de la luz. Para otros tratamientos más intensos, como la medicina del dolor, se utilizan otras jeringas con sistema luer lock que permiten liberar el fármaco lentamente. Se trata de dispositivos provistos de un revestimiento externo con notables propiedades de blindaje que reflejan los rayos solares y evitan el calentamiento del soporte.
La comunidad científica lo tiene claro: "una aguja de 25 milímetros se considera adecuada para todas las edades, salvo para recién nacidos muy pequeños, con los que conviene usar una aguja de 8 a 16 milímetros".