Si tu tensiómetro te marca una tensión mínima (o diastólica) de 90 mmHg (milímetros de mercurio) o menos y una tensión máxima (o sistólica) de 120 mmHg o menos, buenas noticias: tu tensión sanguínea es normal. No está de más recordar que una persona con una tensión sanguínea máxima de 120 mmHg (considerada normal) sigue estando expuesta a un riesgo cardiovascular ligeramente mayor que alguien con una tensión sistólica de 110 mmHg.
Si el tensiómetro te dice que tienes la máxima entre 130 y 139 mmHg y la mínima entre 85 y 89 mmHg, es posible que tu sistema cardiovascular esté un poco oxidado y que vayas en camino de sufrir hipertensión. Vigila tu presión arterial y comunica tus valores a tu médico para que pueda comprobar si hay "pre-hipertensión", que se produce cuando la presión arterial ha comenzado a aumentar pero las cifras siguen estando por debajo de los valores que confirman la hipertensión.
Si el tensiómetro te marca 90-99 mmHg la mínima y 140-159 mmHg la máxima, significa que te encuentras en un equilibrio precario sobre la línea que separa la tensión normal y alta.
Cuando se tiene la mínima entre 100-109 mmHg y la máxima entre 160-179 mmHg, estamos ante una hipertensión moderada de grado 2: te aconsejamos acudir a tu médico o especialista lo antes posible. Estos valores, de hecho, se consideran propios de personas con riesgo de enfermedades cardiovasculares.
Cuando el tensiómetro marca estos valores, estamos ante una emergencia médica. Si tu presión sanguínea es igual o superior a 110 mmHg (la mínima) e igual o superior a 180 mmHg (la máxima), no dudes en acudir al médico ya que podrías sufrir una hipertensión grave.
Como hemos apuntado, el riesgo de enfermedades cardiovasculares aumenta cuanto más alta tenemos la tensión. Y recuerda que, según muchos expertos, el riesgo cardiovascular aumenta hasta el punto de justificar un tratamiento, incluido farmacológico, cuando los valores son de 140 mm Hg o más para la máxima y de 90 mm Hg o más para la mínima.